Es de madrugada y escribo.
Llevo todo el día (porque el día para mí aún no terminó), escuchando una voz que dice que no hay que regar esa semilla llamada opinión. ¿Puede algo no crecer en tierra fértil? ¿Puede ser posible detener el movimiento vital de una semilla? ¿Está bien pedirle a una semilla que no crezca?
Es de madrugada y escribo.
Por primera vez no lo hago para vencer al insomnio sino para escucharme antes de caer rendida por el sueño.
Que tu hijo me parece que tiene esto. Que a tu mamá la veo de tal forma. Que vos sos muy buena para tal cosa, deberías dedicarte a eso. Que tenés tal otra.
Se llaman OPINIONES. “Alguien” las siembra y vos las regás porque creés que es una semilla. O no sabés qué es. Hacés un lugar en tu tierra fértil, llena de oportunidades. Cae ahí casi por azar y ahí vas, regándola sin darte cuenta. NO—RIE-GUES—E-SA—SE-MI-LLA.
Es de madrugada y escribo.
Escribo fuera de tiempo porque no quiero regar esa semilla. NO RIEGUES ESA SEMILLA. Tanto que hice fuera de tiempo y lugar por regar esa semilla, esta vez no quiero hacerlo.
Es de madrugada y escribo.
No sé hacer otra cosa. Me miro en la oscuridad y lo grito: NO RIEGUES ESA MALDITA SEMILLA.
Llevo todo el día repitiéndomelo, en la pena y en la alegría, la conclusión es la misma: NO RIEGUES ESA MALDITA SEMILLA LLAMADA OPINIÓN.
Y si acaso lo hicieras, como yo, hay siempre una pócima mágica para sacar las malezas. Dice una canción que apareció en la radio hoy cuando sonreí: todos encontramos el amor, es lo que nos cura el dolor. Ohohohohoho!!!
Es de madrugada y escribo.
Además tarareo una canción sobre el amor.
Es que cuando regaste una semilla llamada opinión, no sabés —hasta alguna madrugada en la que escribís— que hay raíces que también pueden morir.
