Hablar es un ejercicio imperfecto para el interlocutor.
El Yo comunicante arma su mensaje con una intención y del otro lado, al recibirlo, hay expectativas. Encajar esas dos piezas pone en funcionamiento el engranaje.
Hablar es un ejercicio imperfecto para el interlocutor.
Quizás por eso, se empieza a callar.