Estar en movimiento no es ir rápido, seguir el curso de una corriente no significa correr. Quiero avanzar como el agua y no ser aquello estático que se deja invadir por el tiempo: la piedra que se erosiona con el viento, la rama arrastrada por el ritmo ajeno, el material corroído por los años.
Estar sin movimiento es la intrascendencia. Aquello que se endurece, se oxida y se desintegra en la inmensidad de la nada. Quiero ser yo a medida que me muevo, descubrirme con calma y con sorpresa en mis recovecos ocultos que se iluminan cuando la oscuridad queda en el reverso. Necesito moverme para no dejar invadirme por el tiempo, para que el tiempo tenga un sentido que sea el mío, no el del resto, no el de él, no el de nadie. Solo el mío.
Estar en movimiento es un acto silencioso, solitario. Quiero moverme sin ruido, no me importa que otros me vean hacerlo, soy yo quien necesita salir de un lugar y entrar en otro con orillas que me encaucen y a las que no me aferre. Necesito moverme de acuerdo con mis estructuras sin rigideces.
Estar sin movimiento es callar, es la imposibilidad de transformar mi cauce y el de la tierra que me contiene. Quiero avanzar entre mis propias orillas, sin que otras corrientes me trasladen a un destino que no es el mío.
Estar en movimiento no es ir rápido, no es la intrascendencia, no es bullicioso, no es ajeno. Estar en movimiento significa escuchar a mi cuerpo en el silencio de mi mente que se pierde entre el pasado y el futuro. Quiero moverme como el agua que corre debajo de mis pies que cuelgan desde un puente y parecen estar en movimiento. Pero no, esa perspectiva es una mentira. No quiero parecer, parecer que me muevo porque se mueve el río debajo, el mundo todo. Quiero ser yo en mi propio movimiento.