Un deseo de Navidad

Veinticuatro de diciembre y yo no podría comprarle a Ciro y a Joaquín lo que habían pedido para Navidad. Bajé del colectivo en Colón y subí por Jujuy para tomar por la peatonal, el camino de siempre para regresar a casa. Esta vez, esas cuadras de la 9 de julio, atestadas de gente comprando a último momento, se parecían a un tren fantasma. Todos yendo y viniendo con bolsas de regalos y a mí, en cambio, los auriculares y parlantes que quería Ciro me gritaban desde las vidrieras y el muñeco de armadura que había pedido Joaquín me disparaba.

Doblé en Tucumán y cuando me topé con La Cañada fue un alivio. Esos árboles de copas verdes e inmensas resguardando un río que fluye apacible. Me sentí como en mi pueblo, allá por las sierras cordobesas donde hay más cielo para respirar. Me vine a estudiar a Córdoba con la esperanza de progresar y aposté a una vida acá. Pero algunos planes no venían saliendo bien últimamente. Cansado, me apoyé en uno de los troncos de los árboles y me puse a llorar hasta que un vendedor ambulante se me acercó.

—Tengo la solución para usted, amigo —me dijo sin preguntarme lo que me pasaba.

—No, señor, gracias no puedo comprarle nada.

Pero él buscó en su bolso y sacó un paquete de pañuelos descartables para darme.

—Es un regalo —me dijo—. Con el último, sóplese la nariz bien fuerte con los ojos cerrados y pida un deseo antes de tirarlo.

—¡Ojalá eso fuera suficiente! —le respondí.

— Hágalo amigo, los deseos se cumplen, pero hay que saber pedirlos y esperarlos.

Hice eso. Me sentí un tonto secándome las lágrimas con los nueve pañuelos descartables y usando el último para soplarme la nariz. Cerré los ojos con fuerza y pedí el deseo. Al buscar un tacho para tirar el papel, me di cuenta de que ya estaba caminando. “La ilusión moviliza”, pensé.

Cuando llegué a casa le pedí a Juli que armáramos la mesa navideña en la terraza. Y así fue. Disfrutamos de una cena hermosa bajo las estrellas hasta que se hicieron las doce. Luego del brindis, los chicos quisieron bajar a buscar los regalos que Papá Noel seguramente ya habría dejado, Ciro esperaba su parlante bluetooth con auriculares y Joaquín el muñeco con armadura.

—Hoy me encontré con Papá Noel en la peatonal —empecé a explicarles—, y me dijo que hay que saber desear. Que a veces cuando crecemos perdemos la ilusión y nos confundimos.

—¿Pero entonces te dijo que no tendremos nuestros regalos? —quiso saber Ciro.

—Yo me porté bien todo el año —protestó Joaquín.

—Me dijo que a veces nos preocupamos tanto por la forma, que nos olvidamos del verdadero deseo.

Les pedí entonces que nos tomáramos de la mano y que cerráramos bien fuerte los ojos pensando en eso que queríamos, en esa ilusión que se escondía detrás del juguete que habían pedido. Cuando los abrimos, mágicamente empezó a sonar la banda favorita de Ciro que venía desde algún edificio: su música estaba en el aire. Y Joaquín, al levantar la vista, se encontró a un cazador, a un hombre con armadura: era la constelación de Orión que siempre estaría en las noches con él.

Y yo, los vi a ellos: esta familia y tanto amor, son mi verdadero deseo; el resto, son solo formas.

Luisa Maria Ahumada

Escritora. Comunicadora. Profesora. Mamá. Obras publicadas: Ciclotimias (poesía). 400 Días, Relaciones en tiempos modernos (novela), Habla Conmigo (cuentos). Palabra de mamá, sin etiquetas que limiten (ensayo). Además, participa en diferentes antologías, revistas y otros medios de comunicación.

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